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Aunque coloquialmente solemos utilizar el término «apego»  refiriéndonos al cariño o la necesidad de conexión con otra persona; en psicología nos referimos a la vinculación temprana entre madre/padre e hijo/a, cuyo periodo crítico se sitúa entre los primeros días del recién nacido y los dos años. Esta es una relación asimétrica en la que el adulto maduro y capaz de autonomía, aporta protección y satisfacción de las necesidades básicas (alimento, seguridad, afecto…) al hijo  vulnerable y dependiente, quien establecerá un vínculo positivo con la persona que le cuida si la percibe como fuerte, capaz de satisfacer sus necesidades y calmar su angustia. El apego está por supuesto muy relacionado con los sentimientos de amor y ternura que una madre o un padre sienten por su hijo, pero también es cierto que para conseguir un apego llamado seguro, esos sentimientos tan positivos pueden no ser suficientes. Aunque los padres experimenten amor o preocupación por el bienestar del hijo, circunstancias como demasiado estrés, sus propias vivencias traumáticas o carencias en la infancia pueden dificultar la capacidad de transmitir sentimientos de seguridad y aceptación, o que no las reacciones de los padres no sean coherentes y predecibles, por lo que un niño que es en realidad querido puede no saberlo o sentirlo. En la infancia las experiencias pre y perinatales y durante los primeros meses de crianza van a tener un gran peso en el establecimiento del apego, por lo que situaciones de estrés físico y emocional que afecten a los padres o a su contexto, afectarán directa o indirectamente al bebé.  Algunos padres  captan rápidamente e interpretan adecuadamente los estados de ánimo y las necesidades de sus hijos; otros pueden ser menos sensibles o tardar más en responder; esta capacidad de respuesta interactúa con el temperamento del hijo y afectará a la calidad del vínculo. Lo que determina un apego seguro es una cierta cantidad de sincronicidad entre las necesidades del niño y la respuesta de los padres. Es decir, que el niño sea atendido la mayoría del tiempo de forma sistemática, calmada y predecible.

ESTILOS DE APEGO INSEGURO

Cuando el niño no percibe esa sincronicidad o relación entre sus necesidades físicas o emocionales y una respuesta eficaz de sus cuidadores, puede llegar a sentir que no va a conseguir lo que necesita y aprender a desconectarse de sus necesidades y emociones,  generándose un estilo de apego evitativo, que le llevará a relacionarse con los demás con una cierta distancia o desapego. El apego ansioso es el que resulta cuando un niño no ha podido aprender a calmar su angustia porque sus cuidadores se sentían desbordados por su propio miedo o angustia.

Estos estilos de apego inseguros van a determinar en muchos casos patrones desadaptativos que se repetirán a lo largo de la vida, influyendo negativamente en las relaciones interpersonales y de pareja.

En Psicólogos de Madrid Eleva, atendemos la relación entre patrones de apego patológicos y trastornos de ansiedad, depresión, dependencia emocional o problemas de autoestima.

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